Soy Deborah Erlich mamá primeriza después de los 40.

Cuando de niña jugaba con las muñecas y decía “a los 23 me gradúo y empiezo a trabajar, a los 26 me caso, a los 30 empiezo a tener hijos, quiero que sean 3, dos niñas y un varón”…. Súper clara, no? Jaja, si claro, pero una cosa es el guión (siempre dije que pudiera ser una talentosa guionista y terminé publicando una novela) y otra lo que ocurre en esta gran producción que se llama vida real.

En los guiones sociales que me enseñaron entonces, con sus lujosos castillos en el aire como ideales de proyectos de vida que distan mucho de la realidad, no me hablaron de la existencia de un Barba Azul, del que habría de huir. Hablar de divorcio era casi un pecado…

Ni que decir del doloroso peregrinaje a la maternidad donde encontrarme con la noche oscura del alma, con mi sombra, y ese necesario recogimiento en mi cueva, para reconectarme con mi poder creador y mi posibilidad de dar vida, si bien no en ese momento a hijos biológicos, a hijos creativos y proyectos de vida. Esa búsqueda en mi mundo interior que me permitió recoger los pedazos de esa mujer rota que quedó de mi a lo largo de 6 años, 13 invitros, una pérdida, me permitió ser hoy la feliz y orgullosa mamá de Victoria Yael, una Victoria de la mano de la fuerza de D.os, ese es el significado de su nombre.

Me casé por segunda vez a mis 34 años de edad, con mi amado esposo y padre de mi hija, un hombre 20 años mayor que yo… Por supuesto a esa edad no había mucho más que pensar y nos pusimos a la tarea de buscar bebé. Primero relaciones dirigidas con clomid, estradiol y las recetas médicas ya conocidas. 3 intentos así. Luego unas 4 inseminaciones, con tratamientos mucho más agresivos de estimulación con puregon inyectado, progesterona inyectada y cuánta puya más hubiera que meterse, venga… Luego empezaron los invitro…. La lista es larga y el aporte médico que yo pueda dar no es relevante porque además no es mi área. Lo único quede puedo decir es que el desgaste físico, emocional y mental, y el largo camino de renuncias que conlleva esta búsqueda va desgastando no solo a la mujer sino a la vida en pareja.

 

Bajarme de mis amados tacones, ir cerrando espacios de trabajo, posponer ese viaje que tanta ilusión tenía por hacer con mi esposo porque voy a hacer tratamiento, o seguro ya estaré embarazada y no podré viajar tanto, o ese almuerzo de amigas al que dejé de ir por estar de reposo teniendo que inventarme siempre una excusa o una mentira para no decir en lo que estaba realmente, porque si ya es difícil manejar las propias expectativas ni hablar de las de los demás, es una carga muy pesada, todo junto, todo sola, acostada yo con mis pensamientos, mis angustias, mis anhelos, mis planes…

Así las cosas, empecé en Caracas en dos reconocidos centros de reproducción asistida y de fertilidad (no de infertilidad por favor, nunca decir que vas a un médico especialista en infertilidad, sino todo lo contrario!!!) , luego pasé por NY, luego volví a Caracas, luego fui a Colombia. Finalmente, cuando regrese de Colombia al cabo de un par de semanas me encontré con un feliz resultado positivo, wao!!! Que increíble! Lo había conseguido, nervios, alegría, euforia, “cálmate Deborah, respira… Que emoción!!!!! Seguro serían morochas porque me habían transferido dos niñas!!!”.

Al mes fui a control con mi Dr. (el atiende en Caracas y en Bogotá) y vimos un saquito con una lucecita, yo buscaba la segunda lucecita y al no verla me puse un poco triste, “qué ingratitud” me dijo él, “estás embarazada coño!”, inmediatamente caí en cuenta de esto y me sentí un poco avergonzada con el doctor y con mi bebé que esperaba supiera lo feliz que me hacía al tenerla en mi panza.

La ilusión era tan grande, no podía esperar a ver un eco con mi mamá, pero tenía que esperar viajar para verla porque ella vive en otro país. Luego del eco de las 8 semanas cuando ya había escuchado el latido de su corazón, viajé, y en la semana 10 de gestación cuando ya estaba con mi mamá hice una cita para ir juntas a un eco. Cuando la tecnico de ultrasonido, al tiempo que pasaba el cabezal con el frío gel en mi barriga me preguntaba “cuantas semanas dijiste que tenías?” Algo dentro de mi tembló y pensé AY!, “por qué?” Le pregunté… “parque este saco se ve muy pequeño”, sentí cómo se me bajaba la tensión y cómo por un momento mi alma abandonaba mi cuerpo…. No quería estar ahí, esa no podía ser yo!!! El día mas horrible de mi vida, cuando experimenté la muerte de mi bebé en mi cuerpo, fue el 28 de diciembre de 2016, día de los inocentes…. No estaba en mi país, mi Dr. me dijo que si no sangraba aún, me mantuviera con la progesterona hasta llegar a casa (1 semana después!!!) donde el me atendería pero que si empezaba a sangrar debía atenderme de una vez. El 1ero de enero en la noche empecé a sangrar, físicamente, mi alma ya estaba desangrada, el 2 de enero me tuvieron que hacer el legrado…

No existe vocablo capaz de describir el vacío y la desolación de un momento así en la vida de una mujer, claro que mi esposo se llevó su pedazo de tristeza y decepción, pero yo sentía la muerte dentro de mi y eso no se puede siquiera intentar explicar.

Ese año fue muy duro. Dos dias después del legrado volvimos a casa. Yo me dispuse a retomar mi vida y reanimarme, retomar mis intensas rutinas de ejercicios, detox, trabajo, vida social, cualquier cosa que me hiciera evadir el dolor y continuar. Así pasaron un par de meses hasta que un día no me pude parar de la cama, mi fuerza vital me abandonaba, a duras penas me levantaba para ir al baño, casi no comía (preocupante síntoma, porque amo la comida jaja). Sencillamente no encontraba un sentido de vida ni un para qué seguir. Me encerré. Mi esposo me veía con cierta preocupación pero trataba de no darle importancia para no empeorar la situación, creo que a él le daba miedo abordar el tema por no saber mucho que hacer, que decir…

A pesar de que yo había hecho mis rituales de despedida a mi niña: le escribí cartas, prendí velas, quemé mi diario de embarazo, todas esas cosas simbólicas que necesita la psique para dar el debido espacio a lo que nos ocurre en la vida, hoy me doy cuenta de que no había sido suficiente, me tomó el duelo a mi (ya que yo no lo tomé a él el tiempo necesario) y así sin fuerzas y con explosiones repentinas de llanto y gritos ahogados en dolor y lágrimas, lo viví.

 

Pasaron varias semanas y un día me levanté y con mi cabello revuelto me paré frente al espejo, me examiné, busqué algún rastro de esa mujer alegre que había sido siempre y con paciencia me dije a mi misma, ya volverás a serlo.

Entonces empecé a indagar más profundamente y con una hematólogo descubrí que tengo un factor de coagulación en la sangre que seguramente sabotearía cualquier intento de embarazo. Entonces ella me dijo que de por vida tendría que tomar ácido fólico y coraspirina y que cuando estuviera en tratamiento de fertilidad incluso antes de la transferencia y hasta el final del embarazo tendría que inyectarme clexane.

En ese momento pensé, “al que se le ocurra ponerme una puya más le meto la aguja en el ojo”… y a pesar de esa ridícula rebeldía hice unos 4 o 5 invitros mas, y nada.

 

Entonces decidí alquilar un vientre… lo hice, le puse mis embriones, me ocupé de la mujer como si fuera yo misma, era su más ferviente servidora, al fin y al cabo ella sería la incubadora de mis bebés!!! El desgaste emocional fue una locura, si ya yo misma tenía el mío, ahora debía ocuparme del de otra mujer a través de la cual yo sería madre. Llegado el día de ver el resultado de la prueba: NEGATIVO. “Quéeee?” No daba crédito. Aún así pensé: “D.os, si tú me estás apartando esto del camino por algo será”.

En el devenir de toda esta historia conocí y me hice amiga de la que hoy es mi ángel, la Dra. Bethania Aller, ella me convenció de hacer un último intento, que le diera una oportunidad a ella que nunca me había atendido. Entonces me hizo un estudio, EndomeTRIO, así tal cual cómo está escrito, a través del cual determinaron el momento preciso para la transferencia de embriones. Y es que en fertilidad como en casi todo, porcentajes y cifras van y vienen, rondan nuestras cabezas y nos vuelven locas, pero resulta que no somos una cifra, somos seres humanos, mujeres, cada una única y especial. La forma en la que llegó incluso la muestra al laboratorio en Los Ángeles, CA, también tiene su historia…

 

Luego de obtener el resultado, al cabo de mes y medio más o menos, programamos tratamiento primero para junio, pero mi progesterona se había elevado y el endometrio no estaba como debía estar. La parte emocional hace su parte determinante en nuestro cuerpo, en ese momento acababa de pasar una situación familiar muy difícil y se reflejó en mis hormonas.

Pospusimos entonces para agosto… el 26 de agosto de 2019, el día de cumpleaños de mi hermano, me transfirieron dos embriones. Y el 9 de septiembre, 5 días antes de mi 40 cumpleaños, con manos trémulas sosteniendo mi celular con el resultado, llamé a Bethania y con voz quebrada de dije “mi Beth, HCG 8 7 9,” y ella respondió “ay! 8,79, no quedaste” y le dije “NO!!! 879” y ella gritó ESTAS EMBARAZADAAA y empezamos a llorar las dos. Que momento! Que instante! Wao! El milagro de la vida!

Mi Amanda, mi bebe no nacida, tiene un nombre, aunque en la religión no está permitido nombrar a los hijos hasta que no vean la luz en nuestro mundo, ella tiene un nombre y un lugar importante en mi vida. Ella llegó para decirme que si podía ser mamá, ella limpió el camino y le abrió paso a su hermana, mi Victoria Yael.

 

Hoy por hoy puedo decirte que si hay una parte médica importante que atender, cada quien con su caso. Pero la parte más importante a atender es la emocional, la del reencuentro contigo misma en el que debes hacerte consciente de tus elecciones de vida.

Hoy, siento que es mi misión de vida estar aquí para aquellas mujeres que están transitando este difícil pero muy enriquecedor camino hacia su maternidad. Quiero decirles que no están solas, y alzar la voz sobre los problemas de fertilidad que cada vez afectan a más mujeres y parejas. Es necesario quitar el velo de este tema y entender que cada quien tiene su proceso y el ritmo que te toque vivir a ti, o el que me toco vivir a mi, está bien, no tiene nada de malo, eres única y especial y tienes mucha más vida para dar mientras consigues embarazarte.

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